lunes, 24 de octubre de 2011

Dos poemas del libro inédito "Abreviaturas"

(I)

Concretamente

el verbo

es suave

y                      al atardecer

se desliza

por sus calles

y avenidas.



(II)


Aquellos puentes

a estas horas

siempre se arrodillan.

domingo, 23 de octubre de 2011

"Un editor jalisciense: Víctor Manuel Pazarín", artículo publicado en el suplemente "La Jirafa", en Ciudad Guzmán, el sábado 29 de agosto de 2011, e incluido posteriormente en una versión más extensa en el libro "Dispersiones. Textos sobre literatira jalisciense" (CECA, 2011)

La vocación por el trabajo de editor no es una aptitud que se presenta comúnmente en la mayoría de los escritores. Jalisco, afortunadamente, ha contado con numerosos difusores de talento, sobre todo durante la segunda mitad del siglo pasado. Figuras centrales como Juan José Arreola, Ernesto Flores, Elías Nandino, Adalberto Navarro Sánchez y Arturo Rivas Sainz son los responsables de difundir algunas de las plumas más importantes durante esta época.
            A partir de la década de 1990, Luis Armenta Malpica (con Mantis editores), Antonio Marts (Paraíso Perdido), Patricia Medina (Literalia), Felipe Ponce (Ediciones Arlequín) y Víctor Manuel Pazarín, conforman un grupo compacto de editores que por medio de un trabajo constante e inteligente, han sido los encargados de dar a conocer nuevos creadores dentro del medio literario de Jalisco    
Víctor Manuel Pazarín (Ciudad Guzmán, Jalisco, 1963), autor de libros como Construcciones (Tierra Adentro, 1994), Retrato a cuatro voces. Arreola y los talleres literarios (Universidad de Guadalajara, 1994) y Arreola, un taller continuo (Ágata, 1995), entre varios más, representa, durante dicha década, uno de los principales editores que inician una nueva etapa de editoriales independiente en Guadalajara.
            Las empresas culturales de la iniciativa de Pazarín son Mala Estrella, la colección Los cuadernos del jabalí, y las revistas literarias Soberbia y Presencias, durante el decenio de 1990, y Éxodos, a partir de 2001.
            Pazarín llega a Guadalajara a mediados de la década de 1980, después de vivir algunos años en Colima y participar en el taller literario de Efrén Rodríguez. Posteriormente a su arribo a Guadalajara, se inscribe al taller de poesía de Ricardo Yánez. Pazarín recuerda este periodo así: “Cuando llego a enterarme de que existían talleres [de poesía en Guadalajara], comienzo a indagar: el de [Raúl] Bañuelos, el de los “nandinitos”, el de Torres Sánchez y otros. Yo venía ese afán chingativo de mis días en Colima, y me dije: “yo no voy a ponerme en manos de cualquiera, necesito creer en su trabajo poético”. Como no tenía dinero ni trabajo, empecé a robarme libros. Cuando, de cierta biblioteca pública me robé uno de sus libros, lo leí y supe que existía el poeta Ricardo Yánez. Me encantó su trabajo y fui con él, eso fue el 6 de enero de 1987”
.
            Posteriormente inicia su labor como periodista en El Occidental, invitado por Francisco Arvizu Hughes, y después en El Financiero. A partir de estas experiencias, Pazarín publica sus primeros artículos y entrevistas. Él señala: “mi gran taller de cuento y periodismo fue El Financiero. En poesía, el [taller] de Ricardo Yánez, a quien considero mi maestro”.
            Influido por uno de los editores más generosos de la segunda mitad del siglo pasado en México, Juan José Arreola, responsable de colecciones imprescindibles como Los Presentes y los Cuadernos del Unicornio, Pazarín ha intentado seguir los pasos de su coterráneo dentro de este ámbito. Víctor Manuel dice: “Siempre estuve muy cercano a lo que hizo Juan José Arreola a lo largo de su vida. Si alguna revista mexicana tuvo una influencia cercana, fue Mester [la revista literaria que dirigió Arreola durante la década de 1960 en la Ciudad
de México]. Mucho del trabajo que yo he realizado ha estado influenciado por él. Su labor como editor, para mí, ha sido muy importante. Los proyector que él realizó, de algún modo, yo quise continuarlos; de hecho, Los cuadernos del jabalí, se llaman así en homenaje a los Cuadernos del Unicornio, los cuales él editó”.
Su primera empresa cultural en Guadalajara, y más duradera, es Mala Estrella (1993-1998); una editorial independiente que da a conocer dos colecciones: La rueda y el alfabeto y El Ser y el Signo. Estas selecciones publicaron 9 y 16 plaquettes, respectivamente. Algunos criterios de la primera colección son: “Publicar sólo primeras obras, con excepción del libro de León Plascencia Ñol y Omar Nava. El financiamiento es a base de tandas con grupo de quince personas, de las cuales a trece se les va a editar; todos aportan una cantidad igual para publicar cada uno de los libros y se les otorga un número determinado de ejemplares como pago. El criterio editorial que siguen es que la obra tenga un nivel de terminación, una madurez, por lo que someten el material a trabajo de taller, que coordina Víctor Manuel Pazarín”.
En cuanto al origen de este proyecto, Pazarín señala: “Guadalupe Ángeles y yo siempre teníamos talleres literarios en nuestra casa. Invariablemente acudían todas las tardes poetas y narradores de la ciudad [de Guadalajara], sin constituir necesariamente un grupo. Intentamos reunir sus materiales en estos volúmenes con una escritura rigurosa que, de algún modo, me parece que lo logramos […] Se me ocurrió el proyectó y me comuniqué con algunos amigos; [éstos] me dieron largas; reuní a amigos de otras partes, declinaron […] conocí a otras personas y fortuitamente se fue conformando  y se hizo la colección La rueda y el alfabeto. Tallereamos. Se logró el concepto. Aunque es una editorial que no le agrada a mucha gente, en el sentido estricto, porque es independiente. Considero que [la colección] tiene una calidad media para arriba, y sobre todo responde a una necesidad personal”. Y por otra parte, Pazarín añade: “Mala Estrella forma parte de un movimiento de ediciones que hay en Guadalajara, que nos hace ver que existen posibilidades de publicación para la gente que está fuera de las mafias locales. Y que, por fin, se empiezan a ver que se yergue, definitivamente, una cultura, al menos editorial, en Guadalajara”.
            La labor editorial durante la década de 1990 de Víctor Manuel Pazarín se ha caracterizado por su afán de crear un espacio alternativo, capaz de proyectar escritores, al menos a nivel regional, por medio de un trabajo editorial sobrio y pulcro, a pesar del medio literario hostil que ha caracterizado Guadalajara, y la ineficacia que muestra, en muchas ocasiones, las instituciones culturales del estado: “Descreo de las instituciones, pues éstas las hacen las personas y el sistema. Soy independiente, por tanto, si yo descreo de muchas personas que regatean la cultura en Guadalajara, pensé: ¿a qué me arrimo? Además, ¿a qué me arrimo con malos escritores? Allí empezó todo”.
            Después de Mala Estrella, Pazarín edita la colección Los cuadernos del jabalí (1995-1998), editada por la Unidad Editorial
del Gobierno de Jalisco, que logra dar a conocer ocho títulos, entre poesía, narrativa y periodismo, de diversos escritores tanto de la localidad como de otros rumbos. Dirige además, durante este periodo, las revistas literarias Soberbia y la hoja de poesía Presencias también en Guadalajara.
En conclusión, la obra editorial del zapotlense representa uno de los trabajos más consistentes e interesantes en el occidente de México durante la década de 1990. Su labor puede calificarse de semillero de nuevos talentos, pues recuérdese que numerosos editores surgen a partir de sus participaciones en los proyectos editoriales y revistas de Pazarín.

           

El maestro y la lectura




A principios de 2008, el Centro Universitario del Sur, de la Universidad de Guadalajara, me invitó para impartir, dentro de la recién creada licenciatura en Letras Hispánicas, la materia “La lectura y su didáctica”. Debo confesar que me sorprendió un poco la atenta invitación, pues era, en realidad, poca mi experiencia alrededor de dicha actividad (es decir: en cuanto a la promoción de la lectura). Al cuestionar el por qué de la amable consideración, la respuesta que recibí de su parte fue hasta cierto punto lógica: pues era egresado de la Normal; es decir: era (soy) maestro de primaria.
            No se puede negar que la lectura es indisociable de la labor cotidiana del maestro de grupo…pero: ¿qué tanto estamos los maestros preparados para promover la lectura dentro del aula?, ¿qué tipo de lectores somos los maestros?, ¿tenemos adecuados hábitos de lectura los maestros? o bien, ¿en realidad: nos gusta leer a los maestros? Son demasiadas incógnitas para contestar en este espacio con limitaciones y características muy concretas; sin embargo, sí quisiera hacer una meditación sobre este siempre apasionante tema: ¿cuáles son algunas acciones que los maestros podemos llevar a cabo para ser mejores lectores?   
            Antes de iniciar esta breve reflexión, es conveniente citar algunas palabras de Felipe Garrido, infatigable promotor de la lectura en nuestro país:“Nuestro sistema educativo ha probado ser eficaz para enseñar a leer y escribir [] Sin embargo, con pareja claridad, nuestro sistema educativo ha probado su ineficacia para formar lectores que pueden servirse de la escritura. Nuestro mayor problema de lectura no es el analfabetismo, sino el hecho de que quienes asisten a la escuela no son lectores [y lo más grave del asunto es:] la mayoría de nuestros maestros no son lectores[...] Necesitamos maestros lectores, que puedan escribir, porque sin duda serán mejores, dentro y fuera del aula”.
Es imposible negar las bondades de la lectura, pues difícilmente puede encontrarse alguna persona que niegue sus virtudes. Los maestros, desde luego, no son la excepción. No obstante, cuántas veces visitamos una biblioteca, una librería o una feria de libro con auténtica curiosidad de ávido lector y dispuestos, desde luego, a desembolsar por algún libro. ¿Los motivos? que no hay tiempo ni dinero; en fin: son varios; no obstante el deber de tener el hábito por los libros y promover el gusto por la lectura en el salón de clases debe ser, sobre todo, un compromiso.
            Las herramientas para llevar a cabo esta labor (libros del rincón, bibliotecas del aula, manuales con actividades, la lectura dramática y en voz alta, entre otras más) son indispensables, pero no bastan las recetas de cocina; hace falta una auténtica vocación de parte del docente; si no existe, hay que crear ese hábito, pues como reza el título del libro de Felipe Garrido: “el lector se hace, no nace”.
            El maestro, o el lector en potencia, debe explorar diferentes temas y géneros, hojear, guiarse por sus gustos personales; pues “lo maravilloso de la lectura es que un libro nos lleva siempre a otro libro, y un escritor a otro escritor”, nos indica una vez más Garrido. Sólo por medio de esta búsqueda podrá el docente poco a poco conquistar el gusto por esta actividad.
            Asimismo, no basta la entrega de libros gratuitos a los maestros, como puede ser los valiosos volúmenes de la Biblioteca del Normalista o la Biblioteca del Maestro, o bien de otra índole, para que éstos sean motivado a leer, ya que “Para la mayoría, la lectura es una actividad extraña[] no cualquiera sabe qué hacer con libros que no son para estudiar ni para seguir el programa, sino para leer”.
La lectura, pues, debe ser, sin duda, una decisión propia, mas es indiscutible que a través de esta actividad mejoran muchos aspectos de nuestra vida. Algunas de estas ventajas son:
1-La lectura te relaja cuando estás estresado.
2- Es una forma sana de entretenerse.
3- Es una forma fácil de informarte de un tema específico.
4- Leer con regularidad te agiliza la mente.
5- La lectura te da imaginación.
6-Al que tiene por costumbre leer mucho le cuesta menos entender lo que lee.
7- Con la lectura se adquiere mucho más conocimiento.
8- Es una forma inteligente de matar el tiempo.
9- Puedes leer con más rapidez.
10- Evita la distracción de otros entretenimientos malsanos, como viciarse demasiado a la computadora o a la televisión (además que dañan la vista).
            En resumidas cuentas, mediante la lectura se consigue un paulatino y progresivo enriquecimiento personal, y si el maestro consigue contagiarse de este entusiasmo…sus alumnos, lo más seguro, también se entusiasmarán.

sábado, 22 de octubre de 2011

José Luis Martínez




Con el fallecimiento de José Luis Martínez (Atoyac, Jalisco, 1918-Ciudad de México, 2007) termina un período importante de la crítica literaria en México, marcado por la erudición y los estudios amplios. Martínez define su vocación por las letras de la siguiente manera: “[…] unas son las gentes que quieren modificar las cosas […] pero hay otra especie rara que son los que conservan los papeles y los ordenan […] es una tarea menor, honesta, pero que es necesario hacer. Yo soy de esos”. 
            José Luis Martínez a lo largo de su fructífera carrera como “curador de la letras mexicanas”, como alguna vez Gabriel Zaid lo describió, dedicó también valiosos escritos dedicados a la obra de autores de Jalisco. Hoy, a más de cuatro años de su fallecimiento, cobra relevancia recordar la valiosa obra que legó a los estudiosos e interesados en la historia de las letras jaliscienses.
            José Luis Martínez nace en Atoyac, en 1918; a los seis años se traslada a Zapotlán el Grande para estudiar la primaria, en donde encuentra como compañero de pupitre a un joven Juan José Arreola. Posteriormente, se traslada a Guadalajara a estudiar la secundaria y el bachillerato; sin embargo, la oportunidad de continuar su preparación se ve truncada, debido a la huelga estudiantil de 1937, dentro de la Universidad de Guadalajara.
En la capital jalisciense es alumno de Agustín Basave, importante profesor de la Preparatoria de Jalisco, cuyas lecciones José Luis Martínez nunca olvidó: “Recuerdo con afecto a otro maestro, ya en la preparatoria: don Agustín Basave, que nos daba [la clase de] Literatura Mexicana. Nos decía que él, por la ambición de ser universal, se había olvidado de la literatura mexicana, que es lo nuestro”.
            Martínez, al arribar a la Ciudad de México, a finales de la década de 1930, inicia la carrera de medicina en la UNAM; estudios que pronto abandonará al no poder traicionar su inclinación profunda hacia la literatura. Funda la revista Tierra Nueva (1940-1942), al lado de Alí Chumacero y Jorge González. Esta publicación es la plataforma que le permite perfilarse como uno de nuestros críticos e historiadores más sobresalientes de nuestras letras.
                Su titánica obra puede hallarse resumida en el texto “Repaso de mis libros” (Letras Libres, núm. 99, marzo de 2007). En este texto, el historiador, poco antes de su fallecimiento, ordena y bautiza su obra en siete apartados; confiesa:”Si vuelvo mi vista a mi propio pasado, a partir de aquellos remotos años a finales de los treintas [] encuentro que objetivamente algo he hecho en el campo de los estudios literarios, aunque mucho menos de lo que cada vez hubiera querido hacer”.
            Algunos de los textos y libros que abordan la obra de escritores jaliscienses, son:
1-Literatura mexicana. Siglo XX (1910-1949) (Antigua librería Robredo, 1949), su primer libro importante, contiene varios apartados dedicados a escritores de Jalisco, como “La poesía de Enrique González Martínez”, “Tres obras novelescas de Agustín Yánez”, ·”Retrato de Guadalajara”, “Testimonios de Guadalajara” y la reseña del libro “Signo, ensueño, etc., de Arturo Rivas Sainz”.
2-La obra de Agustín Yánez (Universidad de Guadalajara, 1991), es un libro de poco más de 100 páginas donde Martínez aborda la novelística de Yáñez, desde sus trabajos tempranos como Genio y figuras de Guadalajara, Flor de juegos antiguos hasta su pieza fundamental Al filo del agua, y los libros posteriores Las tierras flacas, La tierra pródiga, Ojerosa y pintada, entre otros.
3-En 1992, Martínez escribe el “Preliminar” al libro Arte de la lengua mexicana según la acostumbran hablar los indios de todo el obispado de Guadalajara, parte del de Guadiana y del de Michoacán (Patrimonio Cultural del Occidente, 1992), de Fray Juan Guerra, considerado el primer lingüista jalisciense, publicado originalmente en 1692, es un libro valioso editado gracias a los esfuerzos de Carlos Eduardo Gutiérrez Arce. En dicho texto, Martínez escribe: “Obras como ésta respondían a la necesidad de que los clérigos conociesen las lenguas indígenas para la evangelización de los naturales […] La originalidad de la obra del padre Guerra consiste en que se refiere a las modalidades del mexicano o náhuatl que se hablaba en el extenso obispado de Guadalajara”.
4-En el libro Academia Mexicana de la Historia en Guadalajara (Colegio de Jalisco, 1994), coordinado por José María Murià, se incluye el ensayo “La obra de Mariano Azuela”, donde Martínez describe la novelística del narrador oriundo de Lagos de Moreno y precursor de la novela de la Revolución.
5-En el texto “Memoria de Alfonso de Alba” contenido en la revista Estudios jaliscienses (febrero de 2001, núm. 43), Martínez comparte algunos recuerdos sobre el escritor alteño. Destaca, entre otros libros, La provincia oculta. Su mensaje literario como su trabajo más ambicioso y mejor logrado, y recalca su labor como editor de los 13 volúmenes de la Biblioteca de Autores Laguenses.
6-Por último, Semblanzas de académicos. Antiguas, recientes y nuevas (Fondo de Cultura Económica, 2004), edición a cargo de José Luis Martínez, contiene semblanzas de numerosos escritores de la entidad; una de éstas está dedicada a Adalberto Navarro Sánchez, donde Martínez destaca algunos aspectos relevantes de su obra como investigador y editor de la revista cultural Et Caetera.
A más de cuatro años de la muerte de José Luis Martínez, es momento de voltear y recordar el invaluable legado de este urbanista de las letras mexicanas.